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Buenos días a todo el mundo. Nuestros cerebros están siendo bombardeados por las redes sociales y los algoritmos diseñados para captar nuestra atención. Ahora, con la tecnología neuronal y la inteligencia artificial avanzando a una velocidad vertiginosa, nos enfrentamos a una posibilidad aún más radical. Esta vez conversé con mi colega Linda Kinstler sobre la tecnología que puede leer nuestras mentes y, tal vez, incluso cambiarlas. También:
¿Un mundo feliz?Mis padres solían poner una canción popular alemana del siglo XIX, “Die Gedanken Sind Frei”, que significa “Los pensamientos son libres”. Ningún hombre puede conocerlos Ningún cazador puede dispararles Siempre será así Los pensamientos son libres Las preocupaciones —y los sueños— sobre el control de la mente humana se remontan a mucho tiempo atrás, según asegura mi colega Linda Kinstler en su imprescindible artículo en The New York Times Magazine. Durante la Guerra Fría, los primeros implantes que demostraban que podíamos controlar la mente de los animales causaron inquietud ante la posibilidad de que la Unión Soviética utilizara esa tecnología para expandir el comunismo. La CIA tenía su propio programa experimental clandestino de control mental. La gente comenzó a enterarse de la guerra cerebral. Esos temores han ido y venido. Pero hoy han vuelto, junto con un debate sobre lo que significa tener libertad de pensamiento en un momento en el que la tecnología se implanta literalmente en nuestros cerebros. Linda, ¿cómo luce esta tecnología? Lo central es algo llamado interfaz cerebro-computadora o ICC. Se trata de dispositivos muy pequeños que van directamente a la superficie de tu cerebro, donde pueden captar la actividad neuronal. Los datos se transmiten por Bluetooth a un programa informático, que descodifica la información. En cierto sentido, están conectados a una inteligencia artificial. De modo que la red neuronal del interior de tu mente se comunica con una red neuronal del exterior. Y, a través de ella, podemos reconstruir las intenciones de las personas: lo que les gustaría decir, lo que les gustaría hacer con los brazos o las manos, etc. ¿Y cómo se aplica actualmente esta tecnología? Es posible que hayas oído hablar de Neuralink, la empresa de Elon Musk, que hasta ahora ha implantado estos dispositivos a 12 personas. Pero hay muchas más. Los implantes están orientados a lo que llaman restauración de la función. Para quienes padecen enfermedades degenerativas, tienen alguna parálisis o han perdido capacidades importantes, estos implantes han sido totalmente revolucionarios. Estos pacientes pueden mover las manos, teclear y, en algunos casos, volver a hablar. Supe del caso de un paciente que no solo pudo comunicarse, sino también volver a oír su propia voz. El algoritmo utilizó grabaciones anteriores de su voz y luego expresó sus pensamientos con su voz. Imagina que no hubieras oído la voz de tu padre durante mucho tiempo y, de repente, volviera a “hablarte”. Todo eso suena a ciencia ficción, pero también parece increíblemente prometedor. ¿Cuáles son las preocupaciones? Por un lado, es maravilloso que dispongamos de esta tecnología. Por otro lado, se me ocurren de inmediato un millón de formas en que podría hacerse un mal uso de ella. Estas tecnologías pueden acceder a lo que estamos acostumbrados a considerar como la parte de nuestra identidad más íntima: nuestras mentes, la sustancia de nuestros pensamientos. ¿Podría usarse con fines comerciales o políticos? Estas tecnologías están ampliando los umbrales de la privacidad. Ese es el problema que abogados, filósofos y especialistas en ética están tratando de resolver: cómo establecer directrices cuando la tecnología avanza a un ritmo tan rápido y entra en el mercado con tanta celeridad.
¿Además de poder leer nuestros pensamientos, esta tecnología también podría alterarlos? La respuesta corta es no. La respuesta más larga sería: es complicado. “Pensamiento”, como me recordaron mis fuentes, no es un término técnico. Existe una técnica llamada estimulación cerebral profunda que se utiliza terapéuticamente para tratar, por ejemplo, el párkinson. Se informó sobre un caso en el que, en un entorno clínico, estaban realizando una estimulación cerebral profunda, y eso alteró drásticamente el comportamiento del paciente. Cuando detuvieron el procedimiento, volvió a la normalidad. Lo que demostró fue que, si manipulas el cerebro de alguien, puedes alterar sus acciones. La optogenética, una técnica para encender y apagar neuronas aisladas, se ha usado para implantar recuerdos falsos en ratones, lo que plantea la posibilidad de que, en un futuro lejano, se pueda hacer algo parecido en humanos. Estamos muy lejos de ese potencial comercial. Pero científicamente, nadie dice que no sea posible, al menos teóricamente. Háblame un poco de la idea de la neuroprivacidad La neuroprivacidad es la idea de que deberíamos dar nuestro consentimiento a quien quiera acceder a nuestro ser más personal. Pero surgen una serie de preguntas: ¿la neuroprivacidad solo se aplica a mis pensamientos no expresados? ¿O se aplica a la actividad eléctrica de mi cerebro? Si es así, ¿se aplica a lo que tecleo, a lo que le doy clic? Esa es información íntima que ya se está recopilando. Y todas estas cosas se derivan de la actividad neuronal. Así que podría ser una categoría de datos realmente amplia o podría ser bastante pequeña, pero hay consenso en que debemos reconocer este nuevo tipo de información. ¿Qué tipo de protecciones podemos incorporar? ¿Cómo piensan las personas y los gobiernos al respecto? En Estados Unidos, varios estados han aprobado leyes sobre cómo deben regularse los datos neuronales. Se ha propuesto una legislación nacional que obligaría a los reguladores a estudiar esta cuestión. Países fuera de Estados Unidos —Chile, España y otros— han debatido, y en algunos casos aprobado, leyes sobre la privacidad neuronal. La buena noticia es que todas las personas con las que hablé me dijeron que estas conversaciones sobre las implicaciones de estas tecnologías se están adelantando. Si eres una persona sana, actualmente no hay forma de que puedas hacerte uno de estos implantes de manera legal. Sin embargo, cuando eso ocurra, cuando una persona sin discapacidad se ponga un implante neural, significará que hemos cruzado el umbral de un mundo nuevo. ¿Quieres darnos tu opinión sobre este boletín? Responde a nuestra breve encuesta aquí. QUÉ MÁS ESTÁ PASANDO
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El bolso característico de la primera ministra de Japón—De todas las líderes prominentes sobre las que escribí la semana pasada, solo una usa habitualmente un bolso de mano: Sanae Takaichi, de Japón, cuyo bolso Grace Delight Tote rinde homenaje a Margaret Thatcher, su ídolo. Nuestra crítica jefe de moda, Vanessa Friedman, analiza, en inglés, la semiología de usar tus propias cosas. LA LECTURA MATUTINA
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¿En qué sitio histórico están reunidos?
(Haz clic en la imagen superior para dar con la respuesta). ANTES DE QUE TE VAYAS…Muchos han enviado correos electrónicos preguntándome por la lista de novelas que recomendé a una amiga y que mencioné en el boletín del viernes pasado. Acá van: Demon Copperhead de Barbara Kingsolver. Es, sin duda, mi lectura favorita de los últimos dos años. Es épica. Pesada. Ambientada en los Apalaches, también es una ventana al Estados Unidos actual. A cuatro patas, de Miranda July. Es la primera novela que leo en la que la protagonista es una mujer perimenopáusica. Es salvaje y cruda y, sin embargo, extrañamente cercana. También es bastante explícita. Unos cuantos sueños, de Chimamanda Ngozi Adichie. La novela más reciente de una de mis escritoras favoritas, alguien que encaja perfectamente en The World, porque sus historias se mueven con fluidez entre continentes y culturas. (Si es algo que te guste, te recomiendo Americanah). El futuro, de Naomi Alderman. Una novela distópica con un giro. Es oscura ―el Armagedón climático está aquí, las grandes tecnológicas gobiernan el mundo―, pero de algún modo lo suficientemente peculiar y divertida como para resultar amena. The Bee Sting, de Paul Murray. La trama se desarrolla lentamente hasta alcanzar un crescendo sobrecogedor. Pero la verdadera genialidad está en cómo se cuenta: por diferentes miembros de la familia en capítulos alternos. Me hizo cambiar mi forma de hablar con la gente. Por último, nuestra canción del viernes está dedicada a Lonnie Jordan, del grupo War, quien cantó “The World Is a Ghetto” en 1972. Hoy cumple 77 años. Que pases un buen fin de semana. —Katrin ES HORA DE JUGAR Aquí tienes el Concurso de Ortografía, el |