¡Saludos! Soy Francisco Doménech y este es el boletín de Materia, la sección de ciencia de EL PAÍS. Una semana más, hemos estado pendientes del asteroide 2024 YR4, para contaros los nuevos episodios de una historia que ha dado los bruscos giros que la comunidad científica esperaba. También hubiéramos querido contaros novedades sobre las misiones tripuladas Artemis, con las que la EE UU planea volver a la Luna.
A estas alturas deberíamos ya conocer los nombres de los astronautas elegidos, entre ellos la primera mujer destinada a pisar la Luna —en 2027, como muy pronto, tras el último retraso anunciado el pasado diciembre. Pero desde que ha regresado al poder Trump, quien impulsó este proyecto durante su primer mandato, la NASA no ha hecho ningún anuncio importante. Esta semana hemos sabido que los decretos que el presidente de EE UU presume de firmar a diario han paralizado la toma de decisiones en la agencia espacial estadounidense, y hasta han llevado a la cancelación de pequeños simposios de ciencia planetaria y a la retirada de páginas en la web de la NASA que hacían referencia a la igualdad de género y a la diversidad racial.
Mientras tanto, un equipo de Elon Musk ya examina las cuentas de la agencia para realizar drásticos recortes. Y en el punto de mira está sobre todo el programa Artemis, denostado por Musk en muchas ocasiones por sus retrasos, su complejidad y un presupuesto desorbitado que no deja de crecer. La comunidad espacial se prepara para que Trump —que exhibe a Musk como su consejero de confianza y habla con él públicamente de ir directamente a Marte—, dé el paso de cancelar las misiones Artemis a la Luna y ponga la NASA patas arriba. Pero en esta noticia os cuento por qué el presidente de EE UU no puede hacer eso.
|